Y cuando todo el mundo se iba
y nos quedábamos los dos
entre vasos vacíos y ceniceros sucios,
qué hermoso era saber que estabas
ahí como un remanso,
sola conmigo al borde de la noche,
y que durabas, eras más que el tiempo,
eras la que no se iba
porque una misma almohada
y una misma tibieza
iba a llamarnos otra vez
a despertar al nuevo día,
juntos, riendo, despeinados.
This entry was posted
on viernes, julio 15, 2011
and is filed under
Cortazar,
Lecturas
.
You can leave a response
and follow any responses to this entry through the
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
.